El escrito
de Fernando Mires títulado “Venezuela: LA POLÍTICA EN CONTRA DE LA GUERRA”, contiene un par de errores de
fondo que mal orientan la política y la acción estratégica necesaria para generar
un cambio político en Venezuela.
Argumento sobre la posición de Fernando Mires porque resulta muy ilustrativa de la opinión compartida por un buen número de expertos en política y temas militares.
Mires titula
así para referirse al ejercicio de la política como una manera de contraponerse
a la “tesis guerrerista” de quienes proponen acciones de fuerza necesaria para derrocar
una dictadura, eso que algunos versados llaman "anti-política" y otros “golpe de
estado”.
Sin
embargo, es necesario acotar que la política, en los términos de nuestra
modernidad, jamás estará en contraposición de la acción bélica, toda vez que la
guerra es uno de los medios utilizados por la política para alcanzar sus objetivos.
Aquí el primer error de fondo y para dejarlo claro digámoslo así: la guerra es
un hecho político, y no un acto militar.
En su
segundo error Mires afirma que: Venezuela vive una dictadura pretoriana.
Esta es una afirmación parcialmente válida, porque si bien Venezuela está
gobernada por una dictadura, esta no es pretoriana sino más bien una "dictadura constitucional".
Entendamos a la dictadura constitucional como
una operación de Yunque y Martillo,
en la que se utilizan instituciones y procesos
constitucionales para imponerse mediante el encubrimiento de la franca violación
de los asuntos de fondo (Yunque) mientras se utiliza al Poder Judicial para aplastar
al contendor (Martillo) y dejarlo sin posibilidad de acción constitucional.
Como
mecanismo de refuerzo a esta operación y aplicable a quienes se revelen contra
ella, la
dictadura constitucional se apoya en el concepto político para el empleo de la
fuerza militar: La batalla mejor ganada es aquella que no ocurrió porque el
adversario la rehúsa y voluntariamente se somete a la dominación del poderoso que le intimida.
Es decir, se muestra la intensidad de la fuerza bélica con el fin de intimidar
y se demuestra que si la intimidación falla, existe la voluntad y la disposición
suficiente para utilizar esa fuerza hasta
la más alta consecuencia mortífera. Este es el ingrediente N° 8 de “La Receta de Fidel”: Infunda terror en dos vías, los suyos deben temerle a perder
lo que les da el gobierno y los adversarios deben temer por su libertad y su
vida. JAQUE MATE.
Mientras la DICTADURA CONSTITUCIONAL
VENEZOLANA pueda mantener ese “estatu quo” utilizando sus poderosos artilugios,
no le dará cabida al planteamiento de Mires: “Los venezolanos disponen de
partidos, de una Asamblea Nacional, de líderes, de una mayoría clara y certificada,
y sobre todo, de una Constitución. Esas y no otras son las armas de esa
mayoría. Esas son también las armas de la política. Y con esas armas el pueblo
está defendiendo su derecho a ser pueblo.”
Hasta tanto los líderes políticos y sus asesores no entiendan: que las dictaduras
se derrocan, que en los tiempos modernos la dictadura constitucional se
disfraza de democracia, que el comando de la dictadura venezolana ha sido muy
hábil y exitoso para mantenerse arbitrariamente en el ejercicio del poder, y que la dirigencia de
oposición ha sido muy temerosa para interpretar y confrontar la
realidad política, el régimen continuará
defendiendo su legitimidad con base a la constitución, las instituciones y el derecho, mientras asusta
a su adversario con sólo mostrarle un posible efecto mortífero que lo paraliza e
inhibe cualquier acción eficaz para producir un cambio político favorable.
Estas acciones dictatoriales eran perfectamente previsibles desde que la mayoría
simple de la Asamblea Nacional, en manos del Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV), en la sesión extraordinaria del 23 de diciembre 2015, fabricó
el martillo mediante la designación extemporánea y arbitraria de 34 magistrados
del Tribunal Supremo de Justicia, 13 principales y 21 suplentes,
momento en que Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional aseguró que
la revolución defendería al pueblo de los intereses opositores que se negaron a
la elección de los juristas. Nada Oculto, estamos frente a una Dictadura Constitucional abierta y declarada, derrocarla no es un golpe de estado, no es un acto terrorista, es sencillamente un acto de restitución del orden democrático y habrá que hacerlo mediante los medios conque cuenta la política, sin dejar de lado que la confrontación de fuerzas es uno de ellos y que para utilizarlo se necesita el coraje y la voluntad necesaria para asumirlo con la entereza que requiere.